Bloque 3. La Revolución Industrial

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Bloque 3. La Revolución Industrial 

Contenidos

La revolución industrial. Desde Gran Bretaña al resto de Europa.
La discusión en torno a las características de la industrialización en España: ¿éxito o fracaso?

Criterios de evaluación

1. Describir los hechos relevantes de la revolución industrial y su encadenamiento causal.
2. Entender el concepto de “progreso” y los sacrificios y avances que conlleva.
3. Analizar las ventajas e inconvenientes de ser un país pionero en los cambios.
4. Analizar la evolución de los cambios económicos en España, a raíz de la industrialización parcial del país.

Estándares de aprendizaje evaluables

1.1. Analiza y compara la industrialización de diferentes países de Europa, América y Asia, en sus distintas escalas temporales y geográficas.
2.1. Analiza los pros y los contras de la primera revolución industrial en Inglaterra.
2.2. Explica la situación laboral femenina e infantil en las ciudades industriales.
3.1. Compara el proceso de industrialización en Inglaterra y en los países nórdicos.
4.1. Especifica algunas repercusiones políticas como consecuencia de los cambios económicos en España.



1.    Las bases de la Revolución Industrial en Gran Bretaña



1.1.   El concepto de Revolución Industrial

En sentido estricto, se entiende por Revolución Industrial el conjunto de cambios ocurridos en la producción y el consumo de bienes como resultado de la incorporación de máquinas a la fabricación industrial.

Estas transformaciones sucedieron a lo largo de un proceso lento y continuado y afectaron a los demás sectores, ocasionando un cambio radical en la economía y en la sociedad anteriores. El inicio de estos cambios tuvo lugar en Gran Bretaña hacia 1780, gracias a la coincidencia de factores económicos y demográficos favorables. Estos fueron: una revolución agraria que comenzó antes que la Revolución Industrial, la revolución demográfica, la capacidad de innovación técnica, la mejora de los transportes, la existencia de una burguesía emprendedora, y la posesión de un vasto imperio colonial que suministraba materias primas y compraba los productos industriales.



1.2. La revolución agrícola y sus consecuencias

Las actividades agrarias experimentaron importantes transformaciones, conocidas como “revolución agrícola”, en las que Gran Bretaña fue pionera. Consistieron en progresos técnicos y en cambios en el sistema de propiedad de tierra.

Los progresos técnicos

El sistema de cultivo basado en la rotación trienal fue sustituido por el sistema Norfolk creado por el vizconde de Townshend. En el sistema Norfolk el terreno se dividía en hojas en las que rotaban de forma continua trigo, que proporcionaba pan; nabos, que regeneraban el suelo y se usaban en la alimentación del ganado como forraje; cebada, que suministraba cerveza, harina y alimento para el ganado; y forrajes (alfalfa, trébol), alimentaban al ganado.

La producción de alimentos para el ganado permitió el crecimiento de la ganadería. Esta proporcionaba abonos en forma de estiércol, que aumentaban los rendimientos de las hojas dedicadas a los cereales; y aportaba carne y leche, que mejoraron la alimentación humana al incrementar el consumo de proteínas.

Otras mejores agrarias fueron la difusión de cultivos como el maíz y la patata; el empleo de             máquinas sembradoras[1] y cosechadoras movidas por caballos; el inicio de la selección de                     semillas y razas ganaderas, y el comienzo del uso de fertilizantes químicos.

Los cambios en el sistema de propiedad de la tierra

El antiguo sistema de campos abiertos (openfields) explotados en comunidad era poco productivo. Por eso, los grandes propietarios ingleses promovieron leyes de cercamiento, como la Enclosure Act de 1773,  para sustituir las tierras comunales por propiedades privadas que era obligatorio cercar.



Con ello, muchos campesinos pobres, sin dinero para hacer la cerca, tuvieron que vender sus tierras a aristócratas, burgueses y campesinos ricos, y se convirtieron en asalariados o emigraron a las ciudades para buscar trabajo en la industria.



Las consecuencias de la revolución agraria

Las consecuencias principales de la revolución agraria fueron el incremento de la producción              agrícola; la mejora de la alimentación; la concentración de la propiedad de la tierra y la                      reducción del número de campesinos; y el ascenso de las rentas agrarias. Los beneficios                      obtenidos favorecieron también a la mejora de las propias explotaciones agrarias y la inversión en  otras actividades, como la industria.



1.3. La revolución demográfica

La población de Europa, en general, y la británica, en particular, crecieron durante la Revolución Industrial por el inicio de la llamada “revolución demográfica”.

La causa principal de este crecimiento fue el descenso de la mortalidad. Estuvo motivado inicialmente por la mejora de la alimentación, gracias a los progresos agrarios, y por la disminución de las grandes epidemias. Y más adelante, por un cierto progreso en la higiene urbana y en la medicina. La natalidad, en cambio, se mantuvo alta, lo que provocó un elevado crecimiento natural de la población.

 Como consecuencia de la revolución demográfica, se incrementó la mano de obra disponible para trabajar; creció la demanda de productos; se estimularon las innovaciones agrarias e industriales para atenderla; y aumentó la emigración a otros continentes.



1.4. Otros factores básicos para la Revolución Industrial en Gran Bretaña

Otros factores que influyeron en la Revolución Industrial inglesa fueron:

La modernización de los transportes y de las vías de comunicación. El comercio interior se intensificó gracias a la construcción de canales desde mediados del siglo XVIII y a la mejora del firme de los caminos a principios del siglo XIX gracias a la invención del macadán[2].

El comercio exterior, por su parte, impulsado por el predominio colonial británico, alcanzó un ámbito mundial; y aportó a la industria capitales, materias primas como el algodón, y mercados de venta para los productos.

El crecimiento de los medios financieros. Los beneficios mercantiles y de la tierra se dedicaron a financiar los sectores industriales más prósperos (minero, textil, y siderúrgico). También aumentó de forma considerable el número de bancos.

La disponibilidad de fuentes de energía y de materias primas. La Revolución Industrial contó en Gran Bretaña con la existencia de recursos energéticos como la hulla[3] o carbón mineral; y de materias primas, como el algodón y el hierro. Su aprovechamiento fue posible gracias a una serie de inventos, entre los destacó la máquina de vapor.

El inventor de la primera máquina de vapor útil fue el inglés Thomas Newcomen, quien en 1712 fabricó una bomba de vapor para extraer el agua que se filtraba en las minas. Posteriormente, el escocés James Watt perfeccionó el sistema y patentó su máquina de vapor que empezó a fabricarse desde 1776, que funcionó primero con madera y luego con carbón mineral.

El funcionamiento de la máquina de vapor es sencillo. El carbón, quemado en un horno, calienta el agua de una caldera y la convierte en vapor. El vapor, mediante distintos mecanismos, consigue el movimiento continuo de una rueda y hace girar un árbol de transmisión, que mueve a su vez las ruedas de las máquinas conectadas a él.

2.    La mecanización de la industria. La fábrica



2.1. Del taller artesanal a la fábrica.

Durante el Antiguo Régimen la producción industrial se realizaba en pequeños talleres. En ellos, artesanos especializados realizaban su trabajo utilizando herramientas manuales y vendían después el producto en su propio establecimiento.

Con la Revolución Industrial, los talleres artesanales iniciaron su declive, hasta casi desaparecer, y su lugar fue ocupado por fábricas, grandes edificaciones donde se concentraban los obreros y las máquinas movidas por una misma instalación energética. Esta transformación fue posible gracias al empleo de nuevas técnicas y una nueva división del trabajo.

Las nuevas técnicas consistieron en sustituir el trabajo a mano por el trabajo con máquinas. Estas se movían utilizando potentes fuentes de energía: primero el agua; y después el vapor, obtenido quemando hulla.

La nueva división del trabajo consistió en separar el proceso de trabajo en diferentes fases o tareas simples, y asignar cada tarea a un trabajador. Así, las labores podían ser realizadas por personas sin cualificación profesional con ayuda de máquinas.



Estas transformaciones permitieron una producción más rápida, abundante y barata, y la sustitución del trabajo cualificado y creativo por el trabajo no cualificado y rutinario.

Las primeras industrias que aplicaron maquinaria para fabricar productos en serie y de forma masiva fueron la industria textil y la siderúrgica.



2.2. La industria textil.

Las innovaciones técnicas en el sector textil se vieron impulsadas por el incremento de la demanda de tejidos de algodón, motivada por el crecimiento demográfico.

Para responder a la creciente demanda se empezaron a inventar máquinas que permitieran acelerar la producción. La primera de las mismas fue la spinning Jenny, inventada en 1764 por James Hargreaves, una hiladora mecánica que permitía hacer a una persona el trabajo que antes realizaban ocho. Aunque esta máquina todavía dependía de la energía humana.

En 1767 Richard Arkwright patentó la water frame, una hiladora mecánica que era movida por la fuerza del agua lo que exigía localizar las fábricas junto a los ríos. Con ellas, los tejedores lograron aumentar la velocidad del tejido y la anchura de las piezas; y los hiladores pudieron realizar varias bobinas a la vez.

Finalmente, se emplearon máquinas movidas por vapor, como el telar mecánico patentado por Edmond Cartwright en 1785 y la primera máquina de hilar automática, conocida como selfactina o spinning mule, que fue patentada por Richard Roberts en 1825. La selfactina estaba dotada de un movimiento de avance y retroceso que permitía a una única persona hilar muchos hilos de forma simultánea.

Las grandes dimensiones de estas máquinas consolidaron definitivamente las fábricas (factory system), y la aplicación del vapor facilitó su localización en las ciudades. Además, los tejidos de algodón superaron a los de lino y lana, y la producción británica creció de forma espectacular y se extendió por todo el mundo.



2.3. La industria siderúrgica

La industria siderúrgica proporcionaba hierro. Hasta entonces se fundía en hornos, utilizando madera y fuelles manuales o hidráulicos, lo que limitaba la producción.

Ahora, la madera se sustituyó por carbón mineral gracias al uso de bombas de vapor que permitían extraer las filtraciones de agua de las minas (1776), y se emplearon máquinas para mover los fuelles que inyectaban aire en el alto horno. Después, Henry Cort mejoró el trabajo del hierro, con la invención de técnicas para hacerlo más resistente (pudelación) y para moldearlo mejor (laminación).

Con estas innovaciones, la producción británica de hierro experimentó un fuerte crecimiento, y la hulla y el hierro pasaron a ser elementos imprescindibles en la era industrial.



3. La difusión de la industrialización

Desde Gran Bretaña, la Revolución Industrial se difundió a otros países. El ritmo fue diferente en función de diversos factores: existencia de recursos (carbón, hierro, algodón), disponibilidad de capital, crecimiento demográfico, demanda de productos, situación política, etc. Los primeros países en adoptar la Revolución Industrial fueron los países más próximos a Gran Bretaña, donde se implantaron las muevas máquinas y se desarrollaron los sectores textil y metalúrgico. En países más alejados del Reino Unido, como Rusia, solo aparecieron focos industriales aislados, situados generalmente junto a las minas de carbón y de hierro o en las grandes ciudades donde se concentraba la mano de obra y el mercado de consumo. Sin embargo, Gran Bretaña continuó siendo hasta 1870 la primera potencia industrial.



3.1 Los países de industrialización más temprana.

Los países que primero adoptaron la industrialización, hacia 1830, fueron los más próximos a Inglaterra (Francia, Bélgica, Suiza y Alemania), o con fuertes lazos con ella (Estados Unidos). Estos países contaron, además, con la “ventaja del atraso”; es decir, la adopción de una tecnología ya experimentada en Gran Bretaña, y con la presencia de máquinas y técnicos especializados llegados desde Inglaterra.

Francia retrasó el uso del vapor por la disponibilidad de recursos hidráulicos. Las nuevas industrias textiles y siderúrgicas se localizaron en el norte y este del país. El resto de su producción eran artículos tradicionales, dirigidos a un mundo rural aún predominante.

Bélgica alcanzó un rápido desarrollo industrial gracias a su alto crecimiento demográfico, la disponibilidad de transportes baratos (ríos y canales, red ferroviaria) y las inversiones de la banca. El sector textil se vio favorecido por una larga tradición artesanal; y el siderúrgico, por la existencia de materias primas: carbón y hierro.

Suiza carecía de recursos naturales, pero contaba con trabajadores especializados en la industria textil y en el manejo de máquinas de alta precisión (relojes) y con inversiones de la banca. Gracias a ello, creó fábricas de tejidos de algodón de lujo y de maquinaria.

Alemania impulsó las nuevas industrias desde 1820, gracias a la existencia de minas de carbón en el Ruhr, el Sarre y la Alta Silesia. Pero el principal impulso vino tras la creación en 1834 del Zollverein, una unión aduanera que agrupaba a Prusia y a los estados de Alemania central y del sur. No obstante, la fragmentación política explica que la industrialización no adquiriese fuerza hasta 1850.

Estados Unidos contó con factores favorables, como amplias superficies dedicadas al cultivo del algodón; recursos mineros; alta demanda, favorecida por el crecimiento interno y la inmigración; y la construcción del ferrocarril. Los sectores textil y siderúrgico se localizaron en el este y en el medio oeste del país.



3.2 Los países de industrialización más tardía

Se incorporaron al proceso a partir de 1850. Padecían atraso tecnológico, una dotación inadecuada de recursos, escasa demanda e inversión, y lejanía de los principales ejes del comercio internacional

En este grupo se encontraban los países europeos del norte, del sur (Portugal, España, Italia, Grecia), y del este (Austria-Hungría y Rusia). También fue el caso de Japón, donde no se alcanzó la industrialización propiamente dicha hasta 1870, durante la llamada Era Meijí.



4. Las consecuencias económicas de la Revolución Industrial

La Revolución Industrial impulsó al conjunto de la economía, al revolucionar el transporte, estimular el comercio y favorecer el crecimiento del capitalismo, dado que las fábricas necesitaron crecientes cantidades de capital para financiarse.



4.1. La revolución de los transportes

La aplicación de la máquina de vapor a los transportes permitió la aparición del barco de vapor y del ferrocarril. Así, el traslado de mercancías y personas se hizo más rápido y barato, y aumentó su capacidad de carga.

El barco de vapor nació en 1807, cuando Robert Fulton aplicó la máquina de vapor a la navegación.

Los primeros barcos de vapor se movieron por los ríos, utilizando grandes ruedas de palas. Pero su uso para el transporte marítimo no se impuso hasta la invención del casco de hierro y de la hélice (1830-1860). Desde entonces, los países acondicionaron sus puertos y se realizaron grandes canales entre océanos para acortar la navegación, como el de Suez (1859-1869).

El ferrocarril surgió cuando se inventó la locomotora, una máquina de vapor móvil capaz de arrastrar vagones por railes de hierro.

Los primeros ferrocarriles circularon por Gran Bretaña, transportando mercancías entre las minas y los puertos en trayectos muy cortos y llanos. El nuevo transporte no se impuso hasta que George Stephenson diseñó la Rocket (1829), una locomotora capaz de circular por terrenos en pendiente que funcionó por primera vez en 1830 en la línea Manchester-Liverpool. Desde entonces, muchos países comenzaron a construir grandes redes ferroviarias.



4.2. El auge del comercio

El comercio interior y exterior se vio favorecido por el aumento de la demanda y de la producción y por los nuevos medios de transporte.

El crecimiento de los intercambios garantizó el abastecimiento de alimentos a la población. Permitió a la industria el aprovisionamiento de materias primas y la venta de sus productos. Y facilitó a cada región especializarse en la producción de aquellos bienes para los que contaba con mayores ventajas.



4.3. El desarrollo del capitalismo

La industrialización impulsó una nueva fase del capitalismo, "el capitalismo industrial", que sustituyó paulatinamente al anterior capitalismo comercial.

Las primeras industrias eran pequeñas y se financiaron con capital individual o familiar; pero, al crecer, exigieron mayores inversiones. Para obtenerlas, se impulsaron las sociedades en comandita, en la que unos socios aportaban el capital y otros lo administraban; y las sociedades anónimas, cuyo capital se dividía en pequeñas participaciones, llamadas acciones. Con ello, los beneficios y los riesgos se repartían entre muchos accionistas.

El aumento del número de estas compañías dio lugar a la creación de bolsas o mercados de valores, donde se compraban y vendían las acciones de las sociedades anónimas; y a la multiplicación de bancos, que invertían los depósitos de sus clientes en conceder créditos a las empresas, en negocios, y en comprar acciones de las industrias.

La generalización de estos establecimientos durante el primer tercio del siglo XIX originó el llamado capitalismo financiero, basado en la obtención de ganancias a través de la compraventa de acciones, productos financieros y valores.



4.4. El aumento de la desigualdad económica

Desde la Revolución Industrial, la mayor o menor importancia de los países empezó a medirse por su potencia industrial, en lugar de por su extensión o por su capacidad militar.

La industrialización provocó así la división del mundo en países industrializados o desarrollados, que se hicieron con el predominio mundial; y países no industrializados o atrasados, que pasaron a ocupar una posición dependiente.



5. Las consecuencias sociales de la Revolución Industrial

Las revoluciones políticas liberales y la Revolución Industrial impusieron una nueva sociedad de clases, donde las diferencias sociales se basaban en el mérito personal medido por la riqueza. En ella, la clase dominante incluía a la burguesía y a la antigua nobleza, que mantuvo sus propiedades agrarias; y la clase dominada, al proletariado (obreras y obreros industriales) y al campesinado.



5.1. El auge de la burguesía

La burguesía ascendió como grupo social. Accedió al poder político; se enriqueció con sus actividades económicas; formó parte de la élite cultural, gracias a sus estudios medios y universitarios, e impuso su ideología basada en la valoración del trabajo, el éxito personal, la familia y las formas refinadas, que se manifestaban en actos sociales como los bailes o conciertos, sobre todo de ópera.

La gran burguesía comercial e industrial se situaba en la cúspide de este grupo social. Su riqueza procedía de las manufacturas (empresas industriales y minas), de los negocios (bancos, compañías aseguradoras, financiación de los ferrocarriles, especulación con el suelo urbano, etc.) y de las exportaciones agrarias.

La pequeña burguesía o clase media estaba formada por pequeños comerciantes e industriales, funcionarios y miembros de las profesiones liberales, como médicos y abogados.



5.2. El nacimiento del proletariado

Las obreras y los obreros de la industria constituyeron un nuevo grupo social, el proletariado, compuesto por el campesinado emigrado a las ciudades o antiguos artesanos arruinados por la mecanización industrial.

       Era una mano de obra barata, sin apenas cualificación profesional y fácil de despedir, que tuvo que soportar condiciones de trabajo muy duras: largas jornadas laborales, de 14 a 16 horas; salarios muy bajos, por hora trabajada o en función del rendimiento; ruido intenso y permanente de la maquinaria; calor en verano y frío en invierno, etc. Entre el 30 y el 75% de esta mano de obra industrial estuvo compuesta por mujeres y niños, que trabajaban desde muy pequeños.

Carecían de seguros de accidentes, enfermedad, despido o jubilación; y en las fábricas estaban sometidos a una dura disciplina laboral, que sancionaba el abandono de la máquina o el conversar durante el trabajo.

En las ciudades, el proletariado vivía hacinado en barrios situados junto a las fábricas o los puertos, que contaban con las mínimas condiciones higiénicas.



6. El movimiento obrero



6.1. De la protesta al sindicalismo

La miseria del proletariado, su marginación política y la falta de legislación laboral[4] originaron el movimiento obrero. Este comprende las organizaciones del proletariado que lucharon por mejorar su situación económica y política; y sus actuaciones colectivas.

En sus inicios, el movimiento obrero consistió en actos de protesta contra la mecanización, consistentes en la destrucción de las nuevas máquinas (ludismo), al considerarlas responsables de su situación.

La clase obrera creó también sociedades de socorro mutuo, cuyos integrantes pagaban una cuota y recibían una ayuda en caso de accidente o despido; y realizaron numerosas “peticiones al Parlamento” para que pusiera fin a los abusos de la patronal.

En fechas posteriores, se crearon sindicatos o asociaciones obreras reivindicativas. Sus objetivos eran mejorar las condiciones laborales: reducción de la jornada de trabajo, aumento de los salarios, logro de ciertos derechos políticos (asociación, sufragio universal), y organización de las medidas de lucha, como la negociación, las manifestaciones y la huelga. Las primeras asociaciones obreras o Trade Unions surgieron en Gran Bretaña, donde fueron legalizadas por el Parlamento en 1825.



6.2. La lucha política. Cartismo, socialismo y anarquismo

De forma simultánea al desarrollo de los sindicatos, las obreras y los obreros iniciaron la lucha política a fin de conseguir la igualdad de derechos. Así surgieron, primero, el Cartismo en Gran Bretaña; y después, dos nuevas ideologías contrarias al capitalismo: el socialismo o marxismo y el anarquismo.

El Cartismo debe su nombre a la llamada Carta del Pueblo, un documento enviado al Parlamento británico en 1838 por la Asociación de Trabajadores de Londres. En él se reclamaban, entre otros derechos, el voto secreto, el sufragio universal masculino y la convocatoria de elecciones anuales al Parlamento.

El socialismo fue formulado por Karl Marx y Friedrich Engels. Su objetivo era acabar con la propiedad privada, causante de la división entre la burguesía, propietaria de los medios de producción; y el proletariado, que al carecer de propiedades debe vender su trabajo a cambio de un salario mísero.

Para conseguir su objetivo, el marxismo proponía una revolución dirigida por el partido socialista que llevara al proletariado al poder. Una vez alcanzado este, se establecería una dictadura transitoria (dictadura del proletariado) mientras se implantaban la propiedad colectiva y una sociedad sin clases y sin Estado.

El anarquismo fue expuesto, entre otros, por Pierre-Joseph Proudhon y Mijaíl Bakunin. Su objetivo era alcanzar la máxima libertad individual, eliminando todo lo que la limite: el Estado, la propiedad privada o las creencias religiosas.

Para conseguirlo, Bakunin proponía una revolución espontánea, protagonizada por el campesinado y el proletariado. Tras su triunfo, se aboliría el Estado y se sustituiría por comunidades igualitarias de producción y consumo.



6.3. La Primera Internacional obrera

En 1864, el deseo de luchar contra el capitalismo a nivel internacional, llevó a fundar en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o Primera Internacional. En ella se integraron los sindicatos de varios países, los socialistas y los anarquistas. Sin embargo, las disputas internas entre marxistas y anarquistas llevaron a su disolución en 1876.



7. La industria española en el siglo XIX



7.1. La revolución Industrial en España

Una industrialización lenta y parcial

La primera Revolución Industrial se inició en España hacia 1830. Pero se desarrolló lentamente y de forma parcial, por lo que quedó retrasada respecto a sus competidores europeos. Entre las causas del lento despegue industrial se han señalado:

La baja demanda de artículos industriales, debida al modesto crecimiento de la población y al empobrecimiento del campesinado.

El escaso espíritu emprendedor de la burguesía, que basaba su prestigio social en la posesión de la tierra. Por eso, no invirtió su capital en la industria y lo dirigió a la compra de bienes desamortizados.

Otros factores fueron el atraso tecnológico y la escasez de materias primas, que obligó a costosas importaciones de máquinas y de recursos; y la inestabilidad política, que no impulsó una política económica coherente.



Los principales sectores industriales

Los sectores industriales básicos fueron la minería, la siderurgia y el sector textil.

La minería conoció una fuerte expansión a partir de 1860, y convirtió a España en una importante explotadora de minerales como plomo, hierro, mercurio y cobre. Pero, en buena parte, los minerales se exportaban, en perjuicio de su utilización por la industria nacional.

La siderurgia se inició en Andalucía (1830-1865). Pero ante la inexistencia de carbón mineral, se trasladó primero a Asturias (1865-1880), con abundantes recursos de carbón; y desde 1880, al País Vasco, donde existían minas de hierro.

El sector textil del algodón se concentró en Cataluña. Las fábricas usaron primero máquinas hidráulicas, por lo que se localizaron a lo largo de los ríos. Luego emplearon máquinas de vapor, que las ubicó junto a los puertos importadores de carbón. También se desarrolló en Cataluña una importante industria lanera, que importó la lana de Australia y Alemania.



7.2. Otros sectores económicos

La modernización del transporte fue posible gracias a la Ley de Carreteras de 1851, la Ley de Ferrocarriles de 1855 y la llegada de capital extranjero.

La red de carreteras se amplió, hasta alcanzar 16.807 km en 1874. La red ferroviaria se inició con la construcción de las líneas Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1851). Desde 1855 se construyó una red radial, que conectaba Madrid y los principales puertos. También se inauguraron los primeros tranvías, arrastrados por mulas, en ciudades como Madrid y Valencia.

El sistema comercial se unificó con la introducción, en 1858, del sistema métrico decimal. No obstante, el comercio interior fue escaso por la reducida demanda interna. Y el comercio exterior sufrió la pérdida de las colonias americanas, que hasta entonces habían compensado la escasa capacidad de compra de la población española.

Las finanzas y el capitalismo crecieron de forma limitada. Se crearon sociedades anónimas; bancos públicos (Banco de España, 1856); bancos privados (Bilbao y Santander, fundados en 1857); y las Bolsas de Madrid (1831) y Barcelona (1851).



7.3 El proceso de industrialización en Andalucía

La minería andaluza ocupó un lugar predominante en el conjunto nacional hasta mediados del siglo XIX. En la región se explotaron minas de plomo en Linares (Jaén) y en la sierra Almagrera (Almería), cobre y piritas en Riotinto (Huelva) y hulla en Peñarroya-Pueblo Nuevo (Córdoba).

La siderurgia fue importante entre 1833 y 1866. Estuvo impulsada por Manuel Agustín de Heredia, en Marbella y Málaga; y por Narciso Bonaplata, en el Pedroso (Sevilla). También hubo ferrerías en la Garrucha (Almería). Pero, en general, usaban carbón vegetal y no pudieron competir con la siderurgia vizcaína, alimentada con carbón mineral.

La industria textil del algodón fue promovida por las familias Larios y Heredia en Málaga. Pero no pudo competir con la industria textil catalana y decayó a partir de 1880.

La red ferroviaria se instaló muy lentamente en Andalucía. En 1854 se inauguró el primer enlace entre Jerez y el Puerto de Santa María.





[1] La primera máquina sembradora fue diseñada por Jethro Tull en 1730. Esta permitía sembrar rápidamente, realizando en un día, con tan solo dos hombres, el trabajo de setenta personas.


Esta sembradora era arrastrada por caballos y tenía rejas para realizar surcos, que permitían sembrar las semillas a cierta profundidad, y un rastrillo que luego echaba la tierra sobre ellas, protegiéndolas de los pájaros y del viento.

[2] En 1816, un ingeniero escocés, McAdam (1756-1836), propuso un nuevo sistema en la construcción de carreteras, conocido como macadán.

El macadán consistía en utilizar piedras machacadas, que se disponían en varias capas superpuestas y se compactaban con el paso de pesados rodillos de hierro y carruajes.

La superficie debía estar a mayor altura que el suelo circundante y debía ser ligeramente curvada, para que el agua escurriese hacia las cunetas laterales.

[3] La hulla, con la antracita y el lignito son los tres tipos principales de carbón mineral. La hulla es el más abundante y produce más calor que el lignito. De la hulla se obtenía un combustible artificial llamado coque que se usaba en los altos hornos donde se procesaba el hierro.

[4] La legislación laboral son el conjunto de leyes que regulan los contratos y las condiciones de trabajo. En ellas se establecen horarios de trabajo, sueldos, horas extras, vacaciones pagadas, pensiones de jubilación, seguros de accidente y de enfermedad… En el siglo XIX los estados liberales estaban a favor de no intervenir en la economía pues consideraban que cualquier intervención del Estado en las relaciones económicas tendría un efecto negativo; por ello no existía ninguna legislación laboral. Las sucesivas leyes que establecían las condiciones de trabajo se lograron gracias a la lucha de las organizaciones obreras.


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