Página 137 continuación del punto 5.5.2
Nota: 10
Los hombres podían dar rienda suelta a sus deseos, mientras la mujer debía ser modosa y silenciosa; el pudor y la "vergüenza" eran cualidades que la dignificaban 16. La fidelidad en la mujer era interpretada por el mundo masculino como una prueba más de la inferioridad de su sexo, aunque era frecuente que los hombres adinerados mantuvieran un "doble hogar" ( el familiar y el de la "mantenida").
5.5.3. Balance a fines del siglo
A finales del siglo, las cosas empezaron a cambiar. La educación secundaria entre las jóvenes se extendía, las carreras profesionales se abrían lentamente a su talento, tenían mayor libertad de movimientos, incluso en su relación con los hombres. Sin embargo, hubo pocos cambios en la sexualidad y en el control de la natalidad, que sólo eran aceptados en los círculos de la vanguardia bohemia.
Las cargas del hogar se fueron con la introducción de la mecanización en las casas pudientes 17 o con soluciones colectivas para los hogares más modestos ( guarderías, distribución de alimentos cocinados, comida en la escuela). A pesar de todo, en vísperas de la Guerra, la mayor parte de las mujeres de clase media que aspiraban a una carrera profesional, tenían que renunciar a los hijos y al matrimonio. La inmensa mayoría de las mujeres mantenían una situación de dependencia.
5.6. La casa
El espacio privado de la familia nuclear era su casa, protegida por las leyes, símbolo del poder social y financiero para la burguesía, reflejo de las cualidades morales de las personas y una necesidad acuciante para las clases populares. Los " notables" tenían una casa en la ciudad y una espaciosa residencia en el campo. La casa propia se convirtió en una de las mayores aspiraciones sociales, poseer una casa entera era el sueño más codiciado. (DOCUMENTO 31).
Si la nobleza poseía viejos palacios, los burgueses también habían levantado los suyos. La casa ideal para el gran burgués eran la casa-palacio, aislada y rodeada de jardines, emplazada en barrios residenciales. También se construyeron en los barrios elegantes inmuebles de pisos para comprar o alquilar. El nivel de renta diferenciaba los espacios.
Las viviendas de los menos ricos estaban enclavadas en edificios de pisos, donde los patios eran simples huecos interiores; los pisos superiores y los que no tenían fachada al exterior se destinaban a los de menor poder adquisitivo.
También los interiores diferenciaban la posición social de los habitantes. Los muebles suntuosos, la profusión de la decoración, los grandes cortinajes, las cocinas de calidad o la ropa elegante, distinguían a los más ricos, por ser inalcanzables para la mayoría. Las clases menos adineradas acabaron imitándolo gracias a la producción industrial 18.
Dentro de las casas, las elites necesitaban un espacio de representación que mostrara su status: el salón era una pieza esencial para las visitas, las recepciones y las veladas de baile. Por su parte, las familias menos acomodadas tenían salones más pequeños, a veces una pieza sin utilidad alguna, que servía tan sólo para expresar el status de la familia.
La casa burguesa tenía lugares exclusivos para el padre y para las relaciones masculinas: la sala de fumar o el billar, la biblioteca o el despacho19. Las habitaciones de los hijos y la alcoba conyugal, auténtico templo de la intimidad, completaban las estancias básicas. Los cuartos de baño sólo aparecieron hacia finales del siglo, cuando los higienistas denunciaron la suciedad y los insectos como aliados de los gérmenes patógenos.(DOCUMENTO 32).
Entre las clases trabajadoras, estaba generalizada la inseguridad económica. A la incertidumbre del salario, se unía la necesidad de detraer una parte considerable de los ingresos para las eventualidades de enfermedad, accidente o paro; era imposible aspirar a una casa propia.
En las ciudades, los trabajadores vivían amontonados en espacios estrechos e insalubres, en inmuebles colectivos o chabolas. Era imposible mantener la intimidad cuando apenas se disponía de dos cuartos para toda la familia; los retretes, por ejemplo, eran colectivos.
Comedor conservado en el Museo Romántico.
Interior típico de clase burguesa: confortable y
abarrotado.
16 En caso de adulterio, la ley francesa condenaba a la mujer culpable a una pena de 3 meses a 2 años de reformatorio, mientras que por el mismo delito el hombre sólo debía pagar una multa.
17 La cocina de gas y la eléctrica, la aspiradora, la plancha eléctrica, las máquinas de lavar, eran innovaciones anteriores a la Gran Guerra cuya difusión se producirá en entreguerras.
18 Los visillos de encaje industrial, por ejemplo, vinieron a colmar el extendido deseo de intimidad y de identificación con la decoración de las clases altas.
19 El despacho era una pieza más de la casa, aunque el hombre trabajara fuera de ella. Suponía una prolongación de lo público en el ámbito privado de la vivienda. Allí podía el hombre preparar su jornada laboral o llevar la administración de sus bienes; también le servía para aislarse del bullicio de los niños o del ajetreo de las mujeres (esposa y criadas). La mujer, aunque trabajara fuera y necesitara un espacio en la casa para su trabajo, no disponía de él.
Los hombres podían dar rienda suelta a sus deseos, mientras la mujer debía ser modosa y silenciosa; el pudor y la "vergüenza" eran cualidades que la dignificaban 16. La fidelidad en la mujer era interpretada por el mundo masculino como una prueba más de la inferioridad de su sexo, aunque era frecuente que los hombres adinerados mantuvieran un "doble hogar" ( el familiar y el de la "mantenida").
5.5.3. Balance a fines del siglo
A finales del siglo, las cosas empezaron a cambiar. La educación secundaria entre las jóvenes se extendía, las carreras profesionales se abrían lentamente a su talento, tenían mayor libertad de movimientos, incluso en su relación con los hombres. Sin embargo, hubo pocos cambios en la sexualidad y en el control de la natalidad, que sólo eran aceptados en los círculos de la vanguardia bohemia.
Las cargas del hogar se fueron con la introducción de la mecanización en las casas pudientes 17 o con soluciones colectivas para los hogares más modestos ( guarderías, distribución de alimentos cocinados, comida en la escuela). A pesar de todo, en vísperas de la Guerra, la mayor parte de las mujeres de clase media que aspiraban a una carrera profesional, tenían que renunciar a los hijos y al matrimonio. La inmensa mayoría de las mujeres mantenían una situación de dependencia.
5.6. La casa
El espacio privado de la familia nuclear era su casa, protegida por las leyes, símbolo del poder social y financiero para la burguesía, reflejo de las cualidades morales de las personas y una necesidad acuciante para las clases populares. Los " notables" tenían una casa en la ciudad y una espaciosa residencia en el campo. La casa propia se convirtió en una de las mayores aspiraciones sociales, poseer una casa entera era el sueño más codiciado. (DOCUMENTO 31).
Si la nobleza poseía viejos palacios, los burgueses también habían levantado los suyos. La casa ideal para el gran burgués eran la casa-palacio, aislada y rodeada de jardines, emplazada en barrios residenciales. También se construyeron en los barrios elegantes inmuebles de pisos para comprar o alquilar. El nivel de renta diferenciaba los espacios.
Las viviendas de los menos ricos estaban enclavadas en edificios de pisos, donde los patios eran simples huecos interiores; los pisos superiores y los que no tenían fachada al exterior se destinaban a los de menor poder adquisitivo.
También los interiores diferenciaban la posición social de los habitantes. Los muebles suntuosos, la profusión de la decoración, los grandes cortinajes, las cocinas de calidad o la ropa elegante, distinguían a los más ricos, por ser inalcanzables para la mayoría. Las clases menos adineradas acabaron imitándolo gracias a la producción industrial 18.
Dentro de las casas, las elites necesitaban un espacio de representación que mostrara su status: el salón era una pieza esencial para las visitas, las recepciones y las veladas de baile. Por su parte, las familias menos acomodadas tenían salones más pequeños, a veces una pieza sin utilidad alguna, que servía tan sólo para expresar el status de la familia.
La casa burguesa tenía lugares exclusivos para el padre y para las relaciones masculinas: la sala de fumar o el billar, la biblioteca o el despacho19. Las habitaciones de los hijos y la alcoba conyugal, auténtico templo de la intimidad, completaban las estancias básicas. Los cuartos de baño sólo aparecieron hacia finales del siglo, cuando los higienistas denunciaron la suciedad y los insectos como aliados de los gérmenes patógenos.(DOCUMENTO 32).
Entre las clases trabajadoras, estaba generalizada la inseguridad económica. A la incertidumbre del salario, se unía la necesidad de detraer una parte considerable de los ingresos para las eventualidades de enfermedad, accidente o paro; era imposible aspirar a una casa propia.
En las ciudades, los trabajadores vivían amontonados en espacios estrechos e insalubres, en inmuebles colectivos o chabolas. Era imposible mantener la intimidad cuando apenas se disponía de dos cuartos para toda la familia; los retretes, por ejemplo, eran colectivos.
Comedor conservado en el Museo Romántico.
Interior típico de clase burguesa: confortable y
abarrotado.
16 En caso de adulterio, la ley francesa condenaba a la mujer culpable a una pena de 3 meses a 2 años de reformatorio, mientras que por el mismo delito el hombre sólo debía pagar una multa.
17 La cocina de gas y la eléctrica, la aspiradora, la plancha eléctrica, las máquinas de lavar, eran innovaciones anteriores a la Gran Guerra cuya difusión se producirá en entreguerras.
18 Los visillos de encaje industrial, por ejemplo, vinieron a colmar el extendido deseo de intimidad y de identificación con la decoración de las clases altas.
19 El despacho era una pieza más de la casa, aunque el hombre trabajara fuera de ella. Suponía una prolongación de lo público en el ámbito privado de la vivienda. Allí podía el hombre preparar su jornada laboral o llevar la administración de sus bienes; también le servía para aislarse del bullicio de los niños o del ajetreo de las mujeres (esposa y criadas). La mujer, aunque trabajara fuera y necesitara un espacio en la casa para su trabajo, no disponía de él.
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